Monday, May 30, 2005

Angkor Wat

La dirección del blog terminó siendo cualquier cosa, ya que el sistema no me aguantaba ninguno de los nombres que yo le quería poner. Sin embargo, no es "tan" cualquier cosa, ya que visitar los templos de Angkor no es un episodio menor en mi vida. Este templo, o conjunto de templos, está ubicado en las afueras de un pueblo llamado Siem Reap en Camboya, cerca de la frontera con Tailandia. Datan del siglo X aproximadamente y fue la capital del Imperio Khmer.

A pesar que las ruinas fueron declaradas patrimonio cultural de la humanidad, aún no hay mucha conciencia sobre el cuidado que deben tener con los turistas. Las ruinas aún pueden ser visitadas sin restricciones, uno puede subirse a los templos, pasear por dentro, y ya están a la vista las huellas que turistas sin criterio han ido dejando. Rayan muros, sacan piedras, dejan basura... una pena.

Sin embargo, pensando en que a lo único que iba era ver los templos (tres días y listo), descubrí que en la gente del pueblo había algo detrás de esas miradas silenciosas. Habría que empezar diciendo que era un pueblo pobre, que vive del turismo que atraen los templos. Sólo las calles principales están asfaltadas, el pueblo en sí no tiene ninguna gracia... pero la gente sí escondía una historia.

Recuerdo con nitidez el viejo mercado del pueblo, tan nítidamente como el olor que había adentro. Era lo más extraño que jamás había olido, era raro, no puedo decir malo, porque no era a basura, ni a algo pudriéndose, pero era una mezcla de especies, carnes secándose al sol (tipo charqui), pescadería y aves varias listas para matar y vender. Era grande, como una manzana y vendían de todo, desde pañuelos de seda (me compre varios) hasta pescados frescos, pasando por souveniers baratos, flores, verduras, ropa, etc.

Fuera del mercado se agrupaban hombres mendigando con sus extremidades mutiladas. Ellos eran las víctimas de los 30 años de guerra en Camboya y de la terrible y cruel represión que sufrió su pueblo en la década de los setenta y de las miles de
minas antipersonales que quedaron enterradas en los arrozales y desperdigadas por todo el país . Se estima que hay más de 40.000 personas que han sufrido la amputación de alguna extremidad desde 1979, a una tasa de 40 víctimas por semana. Sin embargo, eso no lo sabía antes de partir de viaje y solo a mi regreso me informé como debía, lo que me dio mucha rabia ya que sentía que había perdido la mitad del viaje al no haberme acercado más a le gente para conocer la historia más de cerca. Creo que casi hubiese podido vivirla ya que todo el pueblo a excepción de los niños, vivieron el régimen cruel y absurdo de Pol Pot, dictador comunista, líder del Khmer Rouge.

Estamos hablando de mediados de los setenta cuando el partido de Pol Pot asume el poder y el decide implantar el régimen “año cero”, donde se buscó que la sociedad se organizara en base a la actividad agraria, “purificando” al pueblo del capitalismo, de la cultura occidental, religión e influencia extranjera. Se expulsaron a los extranjeros, se cerraron las embajadas, y se abolió el dinero. Los negocios, colegios, periódicos, prácticas religiosas y la propiedad privada estaban fuera de la ley. Todos los trabajadores públicos, policía, profesores, población de clase media y personas con educación fueron identificados y ejecutados. La totalidad de la población fue llevada a trabajar la tierra, a los llamados “campos de muerte”, y fueron obligados a trabajar de sol a sol, y se fusilaba a cualquiera que reclamara, robara para comer o llorara la muerte de un familiar. Este genocidio del siglo XX sólo es superado por el judío. De una población de 7 millones de personas en esos años, 2 millones murieron, o sea 1 de cada 4 personas.

Eso es lo que mi hizo pensar que aún la historia estaba viva entre los camboyanos de hoy, ya que de todas maneras todos los que sobrevivieron deben haber lamentado la pérdida de més de algún familiar o amigo. En el viaje conocimos a Mr. Seng, un hombre camboyano de edad indefinida quien fue nuestro chofer de tuk-tuk durante nuestra estadía. A pesar de su inglés básico igual podíamos entendernos, pero hoy lamento no haber intentado conocer, como dije antes, la historia más de cerca.

Ante una atrocidad así, uno no puede quedarse como si nada hubiera pasado. Es un deber moral transmitir estas historias de horror para crear conciencia en la gente de las atrocidades cometidas en el mundo y que éstas no deben volver a repetirse jamás. Es una responsabilidad de todos promover la convivencia y tolerancia entre las personas para poder vivir en paz y harmonía.

Gracias a blogspot, que no me dejó poner el nombre que yo quería a esta página, llegué a algo así como “templos angkor”, lo que me llevó a compartir con ustedes este pedazo de historia que siempre debió haber estado primero en mi lista.

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